miércoles, 10 de febrero de 2010

EL CONVENTO DE SAN RAFAEL (MADRES DOMINICAS)



EL CONVENTO DE SAN RAFAEL (MADRES DOMINICAS)

Debo confesar que, en mis visitas al pueblo viejo de Belchite, siempre que pasaba junto al convento de San Rafael sentía un fuerte estremecimiento al contemplar la fachada de su iglesia erguida, sin apenas apoyos que la sostenga, resistiéndose a caer.

A este convento de las Madres Dominicas están ligados también los primeros recuerdos de mi infancia, pues todavía asistí al parvulario que ellas regentaban. Por eso, al intentar escribir algo sobre este Centro, lo hago con todo cariño y como homenaje de gratitud a aquellas abnegadas mujeres que supieron despertar en mi el ansia del saber.

“Siendo párroco de Belchite don Gregorio Galindo (1711-1736) tenía recogidas en una casa a las piadosas señoras que profesaban la Tercera Orden de Santo Domingo, las cuales tenían los tres votos, solamente salían de casa para ir a la iglesia e instruían gratuitamente a las niñas de la villa. Este fue el germen del convento de las Madres Dominicas”.(Mateo Despóns. Revista Eco de Ntra. Sra. del Pueyo. Año 1925)

La vida de aquel beaterio ( en cuya fundación se aplicaron las rentas de un tío de don Gregorio Galindo) no debió resultar fácil, principalmente cuando le faltó la asistencia personal y directa de su promotor que, al ser trasladado a Lérida en 1736, lo puso bajo la protección del arzobispo de Zaragoza don Francisco Añoa y Busto, aunque tambié él siguió ayudándolo económicamente.

Pasaron los años y el 2 de enero de 1781 se inauguró el convento, abriéndose las escuelas el 24 de septiembre del mismo año. Fueron fundadoras las Madres Catalina Delgado y María Ana Merchán, que vinieron del convento de Santa Rosa de Zaragoza. La iglesia, dedicada a San Rafael, empezada en 1745, quedó terminada en 1777 (según rezaba una inscripción colocada debajo del coro). La obra, ejecutada por Nicolás Bielsa, era de tres naves y muy esbelta. El escudo del obispo Galindo fue colocado en la fachada de la iglesia en 1749 (en la actualidad se encuentra en la del nuevo convento). Las religiosas conservaban algunos objetos pertenecientes a su fundador, entre ellos un sombrero y una mitra.

Durante años las Madres Dominicas se dedicaron a la educación y enseñanza de las niñas. También tenían abierto un parvulario para niñas y niños; éstos, al cumplir seis años, pasaban a las escuelas de niños del Ayuntamiento, que estuvieron últimamente en el Ferial.

Alegría Blasco Lorén, nacida en 1912, nos cuenta sus recuerdos de los cinco años (de seis a once años) que pasó en estas escuelas y su narración deja traslucir sentimientos de gratitud hacia aquellas religiosas. Las Madres Catalina [Zalba], María e Imelda atendían a las pequeñas. Para aprender a leer, el primer paso era conocer las letras que figuraban en un cartel y que eran repetidas a coro, al señalarlas la maestra con un puntero. Luego pasaban a la cartilla y, superada ésta, continuaban en libros de lectura, como El Buril y El Faro. Las alumnas aprendían a hacer “palotes”, como ejercicios preparatorios para la escritura y seguían con la copia de letras, sílabas, palabras y frases. Para contar utilizaban el “abaco” (todavía recuerda que diez unidades forman una decena).

La sección de mayores (llamada “cuarto mayores”) estaba regentada por las Madres Ángeles, Rosa y Micaela. Como libro de lectura utilizaban el titulado “La vida, el mundo y sus cosas (que el Ayuntamiento regalaba a las niñas como premio). Estudiaban también Gramática, Aritmética (la tabla de multiplicar la aprendían cantándola repetidas veces) Urbanidad y Doctrina Cristiana (“seis perricas valía el libro de Gramática y otras tantas cada uno de los restantes”).

Al entrar cantaban:

Cose que cose,
Que hay mucho que hacer
Y no hay tiempo que perder.
Ande, pues, la aguja bien ligera,
Los minutos corren al vapor.
Paso a paso, se hace una carrera
Y punto por punto una labor.
Cose que cose, la obra al final
Salga limpia y bien cabal.
Pues, si sale mal, trabajo vano
Y, si sale sucia, cosa atroz.
Vaya y venga hacia nuestras manos
Mientras canta alegre nuestra voz.
Cose que cose, la obra al final
Salga limpia y bien cabal.

Y al salir, esta otra:

Adelante, compañeras,
Con tesón y rectitud
Avanzad en la carrera
De la ciencia y la virtud.
Aunque el vicio nos reclame,
Aunque la ignorancia brame,
Marchad, marchad, marchad
Hacia la sabiduría
Cada día progresad.

También en las entradas y salidas, a lo largo del día, se establecía este dialogo, estando una de las religiosas con el crucifijo en la puerta.

Por la mañana.
- Buenos días ¿Ha descansado Vd. bien?
- Bien ¿Y tú?
- Bien, gracias a Dios.

Por la tarde
- Buenas tardes. ¿Ha comido Vd. con gusto?
- Bien. ¿Y tú?
- Bien, gracias a Dios.

Al salir.
-Vd. lo pase bien.

Recuerda que si, no se sabían la lección, les ponían un libro en la cabeza y otro en las manos para estudiar. Otras veces, las mandaban con el libro, de pie, junto a una columna y, como castigos más extraordinarios, las ponían de rodillas o les mandaban hacer una cruz en el suelo con la lengua (después de soplar bien para quitar el polvo). Como es natural, este último castigo era el que más les repugnaba. Pero al contar todo esto, lo hace sin asomo de resentimiento alguno.

Uno de los juegos preferidos era el salto a la comba cantando estos versos:
Arroz con leche, me quiero casar
Con una muchacha de fuera del lugar
Que sepa coser, que sepa bordar
Que sepa la tabla de multiplicar.
Ya sé coser, ya sé bordar
Ya sé la tabla de multiplicar.

En el juego del “corro”, un grupo de niñas que lo formaban entablaban este diálogo (que, por su contenido moral, tal vez compuso alguna religiosa) con otra que estaba situada en el centro.

-Amigas, buenas tardes,
-Me voy a retirar.
-Espera un poquito,
Que vamos a jugar.
-Pues ¿Qué tienes que hacer?
-Lo que mi buena madre
Se sirva disponer.
Ha mandado mamá
Que en casa esté a las seis.


Yo, como buena hija,
Al punto he de obedecer.
-Razón tienes de sobra,
Niña simpática,
Nosotras te aplaudimos
El modo de pensar.
-Un beso quiero daros.
-Nosotras a ti dos.
-Adiós, amigas mías,
Adiós, adiós, adiós.

De su época recuerda especialmente a una compañera llamada Concha, la Morena. Era muy lista pero también muy traviesa. Se ponía junto a la Madre Micaela para verle los pelillos que le salían por la toca. A veces, traía un ratón o un pájaro y se alborotaban todas las chicas. La Madre Micaela decía refiriéndose a esta alumna (que no tenía madre): “Pobre abuela, pobre abuela”. Y Alegría Blasco cierra su relato con esta afirmación: “Tenían mucha paciencia las monjas porque había chicas que eran muy torpes”

JULIO MARTÍN BLASCO

2 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Gracias por la publicación, guardaba mucho cariño hacia este capitulo ya que mencionaba a mi abuela Concha "la Morena". Espero que las Administraciones hagan su trabajo y el Convento de San Rafael no acabe derrumbandose.

Un saludo

Julio Martín Blasco dijo...

Amigo Juan Carlos: Me alegro de haber podido atender tu petición. Quedo a tu disposición.
Un saludo